En la historia se juntan dos campos diferentes. Por un lado los habitantes de Lezo: pobres, hambrientos, pero con ganas de celebrar el carnaval y por otro el monte Jaizkibel que es donde, de alguna manera, empieza la historia. Aquí es donde vive la bruja Marinazkane con sus zirikuz y Trapujale.
Marinazkane tiene un don; es capaz de predecir las tormentas y tempestades. Aprovechando este don y cuando prevé una tormenta, manda a sus zizikuz a avisar a los pastores y que estos pongan a resguardo sus rebaños.
En este contexto, los pastores y la bruja tienen un trato: la bruja avisa a los pastores de la llegada de las tormentas y estos a cambio le entregan a fin de año siete ovejas a modo de pago.
Y así fue durante muchos años.

Pero... Un año no hubo tormentas y alegando que Marinazkane no había realizado su trabajo, los pastores se negaron a pagar lo convenido. Al conocer esto, Marinazkane montó en cólera y pensó en su venganza. En aquella época se celebraban los carnavales en Lezo y sabía que Trapujale, personaje apreciado por el pueblo, estaría allí. Así, ordeno a sus zirikuz robar y matar siete ovejas. Después se las comerían y con sus pieles sobre los hombros, bajarían a los carnavales del pueblo.

Los pastores, que estaban en el pueblo, enseguida se dieron cuenta de que por las marcas y manchas que tenían las pieles que llevaban los zirikuz , estas pertenecían a sus rebaños. Aun así y por miedo a la bruja, no dijeron nada.
Los zirikuz, siguiendo las órdenes de Marinazkane, extendieron por Lezo el bulo de que Trapujale había matado las ovejas y ellos lo habían visto; que habían sido testigos. Enseguida se corrió el rumor. Los lezoarras no daban crédito a esa historia pero los zirikuz consiguieron sembrar la duda y hubo la necesidad de celebrar un juicio.
El martes se celebró el juicio. Por una lado estaban los zirikuz (Marinazkane se quedó en su cueva de Jaizkibel) y por la otra y en nombre del pueblo, los defensores de Trapujale.
El juez, siendo los únicos testigos los zirikuz, no tuvo más remedio que declarar culpable a Trapujale. Tras un paseo por el pueblo se le cortaría la cabeza y esta se arrojaría a una hoguera. Dicho y hecho.
Los zirikuz orgullosos gritaron y bailaron alrededor del fuego.
De repente se escucho una voz:
Queridos Trapujales, no lloréis mas. Me han cortado la cabeza pero… todavía vivo. No olvidéis que soy el espíritu de los Trapujales. Algo que nadie podrá destruir. Alegrad vuestras caras; cantad y bailad en este último día de carnavales porque yo, el próximo año, volveré otra vez. De ese cuerpo que está en la plaza saldrá chorizo y vino. Comed y bebed todo lo que queráis, que hay de sobra! ¡Adiós Trapujales! ¡Hasta el año que viene! ¡Cuidaos, amigos!
Fue lo que hicieron los lezoarras para celebrar la buena noticia que les había dado Trapujale.